Marisa Citeroni,

RELATOS DE SABADO "HACEDORA DE SUEÑOS" DE MARISA CITERONI

0:00 Maria Esther Borrero Calderita 0 Comments

     


Hoy en Relatos de Sábado tenemos a Marisa Citeroni, os advierto que es un relato largo, tiene en realidad veintiséis páginas, así que la verdad podemos dar gracias a Marisa por este gran relato, así que sentaros tranquilamente para leer un rato, también tengo que advertir que tiene excena de sexo específico, así que menores de 18 abstenganse a leer. Espero que os guste a mi me ha encantado.


Comenzaba la  primera clase de seducción del año. Todos en el salón
estaban con sus máscaras puestas como estipulaba el reglamento. Los
antifaces por el frente llegaban hasta el labio superior, dejando el inferior
libre y por detrás se unía a una peluca de cabellera larga hasta mitad de
espalda. Profesores y alumnos las lucían por igual para proteger sus
identidades y poder tener libertad de movimientos, sin tener que
preocuparse porque alguien los viera.
     La profesora formó tres parejas y con el alumno que quedaba solo ella
haría las demostraciones. Se escucharon los primeros acordes de “you can
leave your hat on” de Joe Cocker y comenzó la clase. La profesora
marcaba con el alumno y las otras parejas los seguían. Los hombres
sentados en una silla con el torso desnudo y con las manos atadas a la
espalda miraban a su mujer mover las caderas al ritmo de la música. Con
mirada sensual la dama marcaba sus movimientos provocativos mientras
se acercaban a su hombre desabrochándose los primero botones de su
blusa. Sin apartar la mirada de su pareja a través del antifaz se acercaba
provocativamente tomando los delanteros de la camisilla y abriéndolos
inclinadas hacia adelante. Dejando expuestos a la vista, el nacimientos de
sus pechos.
     El compañero ya no podía disimular su excitación, mientras ella
continuaba su balanceo mientras se quitaba la blusa. Comenzó a girar
alrededor del cuerpo del hombre mientras con una mano acariciaba su
pecho y su espalda. Para él, ese simple roce con las yemas de los dedos,
era un camino de fuego que quedaba impreso en su piel aun después de
terminada la clase. Nunca imaginó que sería tan caliente desde la primera
clase, menos mal que le tocó con la profesora o no podría soportarlo.
La secretaria de Cristóbal entró pálida al despacho, le contó que su hija
había sufrido un accidente y necesitaba retirarse.
—Por supuesto Lucy, puedes irte.
—Aquí le dejo un encargo que me hizo su madre ¿Podría mandar a
alguien más? es para esta noche.
—Sólo estamos tú y yo, dámelo a mí.
—Pero es para ir a comprar pantys a la lencería que está a dos cuadras.
—¿Y cuál es el problema no puedo ir yo?
—Sí, por supuesto, pensé que no le gustaría la idea.
—No me gusta pero me encargaré.
     Él ya conocía el lugar y a la hermosa dueña o creía que era la dueña.
Un día pasaba con su auto por delante del local cuando esa belleza llamó
su atención mientras cerraba tarde en la noche. Estaba tan embobado
mirándola que casi chocó con el auto de adelante que se había parado en
el semáforo, los bocinazos lo sacaron de su trance. Ahora tenía la excusa
perfecta, haría el encargo de su madre y pondría en funcionamiento el
plan que venía trazando hace meses.
     Amanda estaba satisfecha con su vida su negocio de lencería marchaba
bien y su escuela también, claro que nadie sabía quién era, pasaba
totalmente desapercibida. Su vida era tranquila hasta que irrumpió en su
negocio ese irritante hombre. Ya de por sí era raro que un hombre de su
categoría entrase personalmente a un negocio de lencería de mujer,
generalmente mandaban a sus asistentes a comprar y ella debía realizar el
envío a la señorita de turno.
     Pero cuando entró el empresario Cristóbal Steel dio vueltas su negocio y
también su vida…
—Mire si le parece demasiado reto puedo ir a otro negocio. —dijo con
miedo de que aceptara.
—Para nada señor Steel, solo me tomó por sorpresa no es habitual que
un señor encargue lencería erótica para un desfile para empresarios.
—Es solo un festejo para los mis empleados por el cierre de un excelente
contrato. ¿Y bien? ¿Podrá afrontar el pedido señorita Welch?
—Sí señor, por supuesto, pero yo solo me encargo de la lencería, las
modelos corren por su cuenta.
—Mmm pensé que usted podría encargarse de todo… Bien veremos…
creo haber visto una escuela de seducción a dos cuadras quizás ahí….
—En la escuela enseñan a mujeres comunes a seducir a sus parejas, no
a modelar.
—Pero quizás alguna quiera poner en práctica sus conocimientos, ¿no
cree usted? —dijo guiñándole un ojo.
—No, no lo creo.
—Veremos… hasta luego señorita Welch.
     Para Cristóbal era la mujer más bonita y más malhumorada que hubiese
conocido en su vida. No tenía ni idea qué iba a hacer con la lencería pero
por lo menos, podría verla unos días. Ya casi era hora de cerrar: iba a
esperarla, quizás tendría alguna oportunidad de invitarla a tomar algo.
Como él esperaba, ella lo estaba haciendo ¿Pero… que llevaba en la
mano y dónde iría tan apurada?
     Cuidado Steel —pensó— la curiosidad mató al gato.
     Se le había hecho muy tarde no tenía tiempo para nada, tomó en la
mano el antifaz y se encaminó lo más rápido que pudo; estaba sobre la
hora de la clase. Llegó corriendo y muy agitada.
—Hola Gloria, se me ha hecho tarde ¿ya están todos?
—Sí, Amanda no te preocupes recién se están preparando puedes
tomarte dos minutos para recuperarte.
     Cristóbal miraba desde su auto la carrera que emprendía la señorita de
ojos lindos. Sabía hacia dónde se dirigía y el corazón comenzó a palpitar
con rapidez. Tendría que dejar la invitación para otra ocasión, él también
debía apurarse, tenía que llegar primero que ella.
     Clases de seducción: ¿Es que no se daba cuenta que exhalaba seducción
por todos los poros? ¡Diablos! ¿Y si tiene novio?
     No había pensado en eso. Claro, semejante belleza seguro tendría novio.
Pero de eso se encargaría después ahora quería conocerla y si tenía novio
ya se encargaría de espantárselo.
     Al día siguiente, al medio día llegó la hora de cerrar, la mañana había
estado tranquila por suerte pues la noche anterior había terminado tarde y
cansada con las clases. Estaba de espaldas a la puerta de entrada
acomodando estanterías pensando que ya era la hora de echarle llave a la
puerta cuando sonó la campanilla anunciando un nuevo cliente. ¡Diablos! se
dio vuelta y se encontró con el señor Steel parado en el medio del salón.
—Estaba por cerrar señor Steel —anunció Amanda con marcada fatiga.
—Ahh, en ese caso…
     Giró sobre sí y echó llave a la puerta y dio vuelta el cartel de cerrado. Se
volvió hacia Amanda y se encaminó hacia a ella lo que la obligó a retroceder
unos pasos para tomar distancia.
—¿Qué cree que está haciendo?
—Sabía que era la hora de cerrar y quise venir para que organizáramos
los dibujos de la lencería que encargué señorita Welch.
—Señor Steel esta es mi hora de almuerzo y de descanso.
—Puede llamarme Cristóbal, y traje el almuerzo por supuesto —levantó
unas bolsas que traía en la mano y se las mostró— y sentada mirando unos
dibujos no creo que se canse demasiado a menos que tenga miedo de
quedarse a solas conmigo Amanda. No creo que juguemos al gato y al
ratón, aunque me parece que en este caso, lo más apropiado es que la
minina sea usted.
     Ella no se dio cuenta pero él hacía alusión a la máscara con la que daba
clases.
      Amanda trató de omitir lo que acababa de escuchar. Creyendo que le
ponía apodos para hacerla enojar. Haciendo una profunda inspiración trató
de calmarse y de ser lo más amable que le fue posible. Dadas las
circunstancias…
—No, señor Steel no tengo miedo y no me gustan los juegos.
— ¡Cristóbal! —Apuntó él— tienes un escritorio supongo.
—Sí, tengo.
—¿Me permites…?
     Los dos entraron en la pequeña oficina de Amanda que empezó a
despejar el escritorio retirando los dibujos en los que estaba trabajando.
Cristóbal se sentó y comenzó a sacar las cajas de comida acomodándolas
arriba entre medio de los dos.
—No sabía que te gustaba por lo tanto traje un poco de todo, pollo,
ensalada, arroz…
—No tenía por qué molestarse.
—No es ninguna molestia minina al contrario, es un gusto.
— ¡No me llame minina! —dijo ofuscada entre dientes.
     Con una sonrisa muy simpática y con mucha tranquilidad, que en verdad
no sentía, se sentó frente al hombre. Se dispuso a soportarlo el tiempo que
llevaría el improvisado almuerzo y los preparativos de los diseños de
lencería.
—Por favor Amanda, sírvete, primero nos alimentamos, luego
trabajamos.
—Muy bien.
Mientras comían Cristóbal intentó saber algo más sobre Amanda.
—Dime ¿hace mucho que tienes tu local aquí?
—Unos tres años aproximadamente.
—¿Eres modista, no es así?
—Sí, así es.
—Y… ¿por qué te decidiste por la lencería y no los vestidos, por ejemplo?
—Es un poco complicado y largo de contar. —dijo evasiva.
—Pues es el momento perfecto cuéntame.
     Amanda lo miró para ver la ironía en sus ojos, pero no la encontró,
estaba serio y realmente interesado. No quería compartir con él nada más
que el trabajo que le había solicitado. Pero si no le contaba algo de su vida
no se iría y ella quería terminar cuanto antes y quedarse sola. Tenerlo tan
cerca la ponía nerviosa, era un hombre realmente atractivo y ella no era
inmune a su masculinidad. Pero se negaba a que el tipo se burlase y la
tomase como a una más del montón que seguramente cargaba a sus
espaldas.
     —Verá cuando tenía alrededor de nueve años, vivíamos solas mi madre y
yo, ella era modista y trabajaba para una señora que poseía una casa de
citas. Por supuesto que en ese momento yo no tenía ni idea de lo que
quería decir eso. Al preguntarle a mi madre ella me dijo que eran mujeres
que les gustaba seducir a sus maridos con hermosa ropa interior, eso
justificaba las transparencias y los encajes que mi madre utilizaba para
aquellas pequeñas prendas.
— ¿Y cuándo creciste? —preguntó realmente interesado.
—Cuando crecí entendí la realidad y me dije a mi misma que yo sí
trabajaría para la seducción de la pareja.
— ¿Quieres decir que ya no es seducir solo al marido?
—No, claro que no, el hombre también debe seducir a su mujer ¿no está
de acuerdo?
—Sí, si por supuesto ¿pero aquí no veo ropa interior de hombre, o si?
Mientras hablaba Cristóbal se estiraba para mirar el local a través de las
paredes de vidrio del despacho de Amanda.
—Tengo ropa interior de hombre pero creo que en el hombre pasa más
por otras cosas.
— ¿Así?... ¿Cómo cuáles?
—Señor Steel, estamos aquí para trabajar sobre su pedido, no para que
yo le dé una clase sobre seducción.
      Habiendo terminado de comer Amanda comenzó a levantar los restos de
la comida y a limpiar para despejar el escritorio y poder iniciar su trabajo.
Sin hacer caso de la mirada profunda del señor Steel que la siguió por todo
su recorrido hasta que se sentó enfrente a él.
— ¿Comenzamos?
     Cristóbal parpadeó como saliendo de un trance dándose cuenta que
Amanda estaba lista para comenzar con los dibujos. Planearon los distintos
diseños, él por su parte aportaba los detalles que le parecían que quedarían
sensuales, a su entender. Lo que la señorita Welch no sabía, era que él
estaba pensando en ella; en cómo se vería con cada conjunto y eso lo
estaba trastornando. Iba a tener que irse antes de estropear lo poco que
había avanzado con ella.
     Estando más o menos de acuerdo con los diseños, Cristóbal se retiró
bastante perturbado por cierto. Pero con la certeza de cuál sería su próximo
movimiento para atrapar a su bella dama.
     Por su parte Amanda, se disponía a abrir otra vez el local pero antes se
tomó unos segundos, para llevar aire a sus pulmones y calmarse, pues la
cercanía del señor Steel, la dejó bastante inquieta. Era un hombre
fascinante por mucho que le costase admitirlo. Le gustaba pero era evidente
que lo único que él pretendía era una más a su ya inimaginable larga lista.
Ella por supuesto no estaba dispuesta a formar parte de su catálogo de
señoritas.
     Las clases de seducción eran para todos iguales tanto hombres como
mujeres. Cuando se inscribían aceptaban las condiciones en la que se
llevaban a cabo. Es decir: si no llevaban pareja debían emparejar con otro
solitario del grupo y llevar a cabo la seducción tal como sería en la
realidad. La profesora tenía por costumbre trabajar con el mismo alumno
ya que nunca llevaba pareja.
     Empezaba a sonar la música en el salón, los alumnos tomaron sus
lugares, entró la profesora y dio comienzo la clase. Su alumno siempre
dispuesto se prestaba a todas las sugerencias que ella hacía. Las clases
eran cada vez más calientes como estipulaba el programa para que los
alumnos tomaran confianza y avanzaran.
     Amanda se sentía extraña. Estas últimas clases percibía como que su
alumno y compañero de dupla exteriorizaba demasiado hacia ella. No
parecía, como en los demás, mera actuación. Pero quizás era solo ella y su
imaginación, desde que entró a su vida Cristóbal Steel ya no era muy
racional. Sus emociones estaban irremediablemente inestables.
     Cristóbal salió de su clase muy conforme, y por demás satisfecho con
su descubrimiento, hoy había sido un día productivo. La profe reaccionaba
de la forma que él esperaba a sus avances y provocaciones y no podía
disimular como la afectaban, eso era bueno…muy bueno. Mañana iría a ver
a su minina y comenzaría a poner en práctica su aprendizaje.
     Por más que quisiese, no podía sacarse a esa mujer de la cabeza, lo
tenía fascinado, ya lo había atrapado y ella parecía no haberse dado cuenta.
     Era cierto que por su vida habían pasado infinidad de mujeres, con algunas
la pasó bien con otras no tanto. Lo que sentía con Amanda no recordaba
haberlo sentido por nadie. Fue en ese momento que se dio cuenta que al fin
la había encontrado, había hallado a su pareja, a la otra mitad de su alma.
     Y recurriría a lo que fuese para convencerla de que él era su alma gemela.
     Amanda llevaba unos minutos con el local abierto cuando escuchó la
campanilla de entrada de la puerta, se giró para atender y para su sorpresa
tenía frente a ella, con una gran sonrisa, al señor Steel.
— ¡Qué sorpresa! ¿Madruga?
—Por supuesto minina, trabajando es como hice mi fortuna.
— ¡No me llame minina
     Si bien le agradaba la inesperada presencia de Cristóbal en su local, le
desagradaba el sobrenombre que le había puesto, pero trató de poner su
mejor sonrisa ya que no quería pelear a tan temprana hora.
— ¿Tenía algo que decirme? ¿Algún cambio en los diseños? —preguntó
—Mmm no, en realidad…
— ¿Sí?
— Solo tenía ganas de verte.
— Señor Steel, espero que no se esté confundiendo.
— ¿Confundiendo?
     Cristóbal se le acercó mirándola profundamente a los ojos, muy serio y
con una chispa en ellos que Amanda no sabía definir, pero… a no ser que
estuviese equivocada, era deseo, sí, un profundo y sincero deseo. Ella ya no
podía retroceder más estaba con las manos y la parte inferior de su cuerpo
apoyada directamente sobre una vitrina. Sin pensarlo dos veces Cristóbal,
tomó su cara entre sus manos y la besó, con un beso tierno, dulce y a la
vez posesivo como si con ese beso él le dijese que ella era suya. La sentía
cálida, nerviosa, su cuerpo pegado al de él temblaba y ya no pudo
contenerse más y se entregó con pasión irrumpiendo con su lengua en
busca de la suya que salió a recibirlo. El sabor de su boca lo embriagó, lo
drogó hasta casi hacerle perder el sentido. Bebió de ella, respiró su aire y
maldiciéndose comenzó a separarse, primero retiró su cuerpo que aplastaba
el de ella contra algo, no sabía que, después retiró su boca pero sin
despegar sus labios del todo. Todavía no. Sólo un poco más…
     Amanda por su parte le respondió sin pensárselo dos veces en una
respuesta implícita, en la que le decía, sí soy tuya. Un intenso calor
comenzó a apoderarse de ella, sus piernas parecían gelatina, su cuerpo
comenzó a temblar y el piso se sentía inestable bajo sus pies. La boca de él
buscó la suya con desesperación, su lengua comenzó una danza de dulces
caricias que la encendían aún más si eso fuese posible. El aire en el local
era pesado y el calor que emanaba de sus cuerpos lo hacía aún más. Se
separaron, él contuvo el aliento y el impulso de volver a besarla, esta vez
con más pasión, con más apremio, pero sabía que no debía hacerlo. Si se
sumergía otra vez en esa boca dulce, suave y caliente no podría parar, no
iba a parar.
     No era buen momento, estaban en un lugar público en cualquier instante
podría entrar gente, ya habría tiempo y él lo tomaría todo. Ella estaba
confundida y perturbada, sin saber qué decir o hacer. Se debatía entre el
placer y la vergüenza a parte iguales.
     Entonces para más confusión de Amanda, Cristóbal le recorrió la cara
con su mirada penetrante hasta detenerse en sus labios. Volvió a mirarla a
los ojos se quedó ahí unos momentos navegando en la dulzura.
—Esta noche paso por ti a la salida iremos a cenar y no acepto un no,
por respuesta.
     Con pasos seguros se giró y salió sin mirar atrás. Nerviosa volvió al otro
lado de la vitrina fingiendo acomodar cajones pero en realidad lo que
intentaba acomodar era su mente, sus pensamientos y sus sentimientos. No
pudo decirle que no, no quiso decirle que no. Saldría con él sólo una vez se
daría el gusto, siempre por su pensamiento racional dejaba sus
sentimientos de lado. Esta vez le haría caso a su corazón solo por esta vez y
no volvería a verlo en ese plan solo por trabajo.
Por su parte Cristóbal, salió del local de Amanda, con la certeza de que
ella sentía lo mismo que él aunque no supiese todavía qué era lo que estaba
sintiendo en realidad. Eran sentimientos muy fuertes y totalmente
desconocidos. Pero estaba decidido a averiguarlo. Hizo un par de llamados y
estaba listo para poner en marcha lo que sería el principio de su prometedor
futuro. Se sentía contento porque era la primera vez que estaba tan seguro
y decidido en conquistar a una mujer pero claro esta no era cualquier mujer
era “su mujer”.
     Estaba cerrando el local cuando escuchó un auto aparcar cerca de ella, al
mirar comprobó, cómo imaginó, que era Cristóbal. Se bajó del auto con una
gran sonrisa y acompañó a Amanda hasta el lado del acompañante. Una vez
acomodados dentro del auto, Cristóbal se sinceró con ella al explicarle el
programa que había preparado para esa noche.
—Como sabrás a lugar público que asisto también lo hace la prensa
amarillista deseosa de primicias.
—Me lo imagino —contestó ella sin entender a donde quería llegar.
—Pues bien, como imaginé que no te gustaría ser asediada con
preguntas y fotografías, arreglé todo para una velada en mi departamento.
—No me parece apropiado, igual nos verían entrar a tu departamento y
eso llevaría a especulaciones erróneas.
—No, si mi secretario hubiera comunicado que me encontraría en uno de
mis restaurantes esta noche.
—¿Tienes un restaurante? —preguntó sorprendida Amanda.
—Varios, entre otras cosas. Pero el caso es que nadie nos verá ya que
entraremos por el estacionamiento y nadie me espera por mi departamento.
     Una vez dentro del departamento Amanda estaba maravillada, había
puesto candelabros con velas alrededor del comedor lo que daba un
ambiente íntimo. En el centro, una mesa redonda, pequeña, adornada de
forma muy romántica y sobre, el que dedujo sería su plato, una rosa roja
con un moño dorado. La tomó en su mano sintió su perfume y la acunó muy
cerca de su corazón. Cristóbal la observaba con cariño y con un inmenso
placer por hacerla feliz con su pequeño detalle.
     Cenaron y conversaron distendidos, mientras una serie de mozos los
atendían. En el ambiente se sentía el dulce aroma a vainilla que
desprendían de las velas y el agradable sonido de una romántica música
daba el fondo apropiado a la velada. Se retiraron al salón principal, un
ambiente bastante grande surcado en forma de semicírculo por grandes
sillones. De las paredes colgaban cuadros originales que daban al conjunto
un ambiente lujoso.
     Sentados uno al lado del otro Cristóbal pasó su brazo por el hombro de
Amanda para atraerla sobre su cuerpo. Ésta, complacida se dejó llevar, él
comenzó a besarle y morderle el lóbulo de la oreja y a desabrocharle el
primer botón de la blusa… el segundo…
—Puede…puede venir alguien —susurró ruborizada.
—Nadie vendrá —aseguró Cristóbal— despedí al servicio después del
postre, estamos solos.
—Aquí no —dijo sosteniéndole la mano para que dejase de desprenderle
la blusa— aquí no me siento cómoda.
     Más que complacido se levantó tomándola de las mano para ayudarla
entrelazó sus dedos con los de ella y la dirigió a su dormitorio. Una vez
cerca de la cama continuó desabrochándole la camisa para revelar debajo
de ésta una increíblemente suave y cremosa piel. Su lencería como era de
suponer estaba diseñada para volver loco a quien la mirase, transparente,
sugerente, enloquecedora. Recorrió el frágil montículo de sus pechos con el
pulgar por encima del encaje hasta sentir el erguido y duro pezón emerger
orgulloso. Amanda apoyó la cara contra el cuello de Cristóbal, que notó su
frenética respiración.
—Cris…—alcanzó a emitir en un suspiro.
     El hecho de oír su nombre en los labios de Amanda excitó a Cristóbal
más de lo que esperaba. Bajó la cabeza entre aquellos preciosos pechos y
con los dientes atrapo un pezón, con la lengua lo acarició y mojó por sobre
la fina tela. La pequeña perla se tornó más oscura, más dura, y Amanda
tensó su cuerpo. Muy despacio, él comenzó a lamer con envites lujuriosos
que hacían que ella se aferrara aún más tomándolo del cabello y
apretándolo contra cuerpo.
—Mmm —escapó de sus labios.
—¿Quieres más? —preguntó él con una sonrisa de satisfacción.
—Lo quiero todo.
     Terminó de desvestirla dejándola sólo con el corpiño y una diminuta
braga que lo estaba volviendo loco. Corrió los cobertores de la cama la tomó
por la cintura y la ayudó a sentarse. Se separó unos pasos sin dejar de
mirarla a los ojos comenzó a quitarse la ropa. Ella lo miraba expectante con
la respiración agitada, el ambiente en la habitación se tornó pesado y
caluroso. Amanda lo miraba embelesada dispuesta a dejar todos sus
escrúpulos de lado, por una noche que recordara para siempre.
     Cristóbal se obligó a ir despacio, tranquilo, tenía y quería saborear cada
partícula de su suave piel y hacer que ambos disfrutasen hasta perder la
razón. Hasta que ella dejase de plantearse qué estaba mal y se entregase
por completo a él. Eso parecía decir sin palabras, entregándose sin
entregarse en totalidad.
     Todavía no lo sabía pero él era su puerto seguro, su hombre, su pareja,
su todo. Se recostó llevándola consigo debajo de su cuerpo, con su mano en
la espalda mientras que con los ágiles dedos había desprendido el corpiño.
Con la otra mano lo retiró del medio y sin más bajó su boca y tomó en ella
todo lo que pudo de su pecho, eran grandes y apetitosos, suaves y dulces.
     Chupó lentamente, haciendo una leve presión con los dientes, mientras sus
dedos juguetearon con el endurecido pezón del otro pecho. Amanda lo tomó
del cabello y le levantó la cara besándolo con una intensidad arrebatadora,
como si en ese momento no existiese nada salvo ellos en aquella cama, en
aquella habitación. Luego comenzó a acariciarle la espalda, persiguiendo la
forma de sus músculos.
—No tienes idea cuántos largos y solitarios años te he estado
esperando. —dijo Cristóbal casi sin aliento.
     Ella lo escuchó, pero desecho enseguida la frase de su mente, estaba
segura que decía lo mismo a todas las mujeres con las que estaba. Y esta
noche era sólo para ella. Aturdida y con las pupilas dilatadas, lo miró a los
ojos, mientras sentía como él buscaba con su mano el borde de sus
bragas, dio un tirón con fuerza y rompió la tela que los separaba mientras
se sacaba sus bóxers. Siguió acariciando hasta llegar al vértice de sus
piernas, movió los dedos contra el mojado triángulo de Amanda y comenzó
a hablar cariñosamente.
—Eres hermosa, tan dulce…, tan suave. Ábrete para mí.
     Con sumo cuidado, separó los labios hinchados y comenzó introducir un
dedo entre ellos. Volvió a besarla hasta que Amanda suspiró y su cuerpo
convulsionó, entonces otra vez deslizó los dedos entre sus piernas y
empezó un incesante vaivén… dentro… fuera, mientras que con el pulgar
frotaba su clítoris.
     Su boca y lengua torturaba los labios de ella y mordisqueaba el delicado
lóbulo de la oreja. Ella levantaba sus caderas para que él introdujese más
adentro sus dedos.
—Por favor…—suplicó ella— te necesito.
—Tranquila —susurró Cristóbal— ten paciencia cariño.
La dura vara en que se había convertido el miembro de Cristóbal se
posó entre los dos a la entrada de su centro reclamando su lugar. La piel
de él era cálida y suave como la seda, y tenía el tórax cubierto de una
mata de vello que le hacía cosquillas en los pechos. Sintió la sólida
erección de ese increíble hombre en su entrepierna, lo tocó con cuidado
todavía sentía algo de vergüenza.
     La verga estaba surcada por venas, y la fina y sedosa piel que la cubría
se deslizaba ligeramente sobre la dura carne. Amanda, la tomó con los
dedos, y la tiesa vara se agitó como si tuviese vida propia. Contuvo la
respiración mientras la acariciaba con intensidad… con apremio. Cristóbal
la tomó de la muñeca suavemente y retiró su mano de él.
—Ya basta cariño —dijo con voz ronca.
     Atacó uno de los pezones con la punta de la lengua, y ella se aferró a sus
anchos hombros con fuerza, gimiendo. Él chupó y mordisqueó el pezón,
cada vez más duro con desesperación y luego pasó al otro pecho, haciendo
que Amanda se estremeciera. Sintió sus labios descendiendo hacia la
entrepierna mientras comenzaba a separar los pliegues de su hinchado sexo
y tocó con la lengua, el delicado montículo. Apoyó los codos en el colchón y
se dejó caer en la cama con un gemido, con la mirada perdida en la
oscuridad.
     Estaba lamiéndole con largos y sinuosos movimientos que la hacían
estremecer, desesperadamente excitada le era imposible detener el
movimiento de sus propias caderas que alzaba espasmódicamente.
Cristóbal colocó las manos debajo de ella guiándola mientras su lengua iba
derritiéndola. Justo cuando todas aquellas sensaciones se acercaban a su
punto culminante, él levantó la cabeza y se puso sobre ella flexionó las
caderas y la penetró. Amanda gritó de placer y sus músculos se contrajeron
ante la implacable embestida de su amante.
     Deslizó una mano entre sus cuerpos, y sintió como la acariciaba, a la vez
que se movía con lentas embestidas, midiendo cada movimiento. Cada
embestida de Cristóbal generaba un gemido en la garganta de Amanda que
se mordía los labios con desesperación para demorar su orgasmo. De
repente, él se encontró totalmente dentro de ella hundido en lo más
profundo. La miró a los ojos y vio su entrega y su desesperación por llegar a
lo más alto de la cumbre. Cristóbal quería lo mismo… quería llegar a la
cumbre y romper en una explosión de placer, pero más que eso quería
llegar a lo profundo de su corazón y que ella lo cobijara en él.
     Retiró su miembro hasta la punta, y luego volvió a penetrarla con terrible
lentitud, rozando los pezones de Amanda con el vello pectoral y deslizando
su vientre encima del de ella. Se estremeció, moviendo las caderas al son
de las largas y placenteras embestidas de Cristóbal, hasta que rogó
frenéticamente:
—Más… p —no pudo terminar la frase.
     Se agitó presa de violentos espasmos, atrapando el sólido miembro en
su interior hasta que éste soltó un gruñido y se aferró a sus caderas con
ambas manos dejando ir el fruto de su pasión y de sus desvelos.
Amanda todavía se retorcía y se estremecía con deleite. Cristóbal la
estrechó entre sus brazos y la besó de nuevo delicado, con una dulzura
reverente.
     Se tumbó a un costado llevándosela con él. Abrazada contra su cuerpo
Amanda todavía respiraba con dificultad, apoyó su mano en el fuerte pecho
y Cristóbal la atrapó con la suya apretándola sobre su corazón. Éste
palpitaba en desbocada carrera, levantó su mentón para que lo mirase a los
ojos.
—¿Te has dado cuenta el efecto que produces en mí? —hizo la pregunta
con miedo.
—Es el mismo efecto que tendrías con cualquier mujer.
—¿Piensas que me da lo mismo tener en mis brazos a una mujer que a
otra? —preguntó visiblemente ofuscado.
—¿No es así?
—Por supuesto que no. Y pienso demostrártelo y tendrás que pedirme
disculpas.
—¿Y cómo piensas demostrármelo haciéndote célibe?
—No, estando con la misma mujer el resto de mi vida; tú.
Se inclinó sobre Amanda y comenzó a besarla con aspereza, enojado.
     Ella alzó las manos hacia la cara de él con un gesto indeciso como
queriendo empujarlo, pero él la besó con más fuerza haciendo desaparecer
toda idea de resistencia. La lengua del hombre se aventuró en el interior de
su boca tentándola, acariciándola. Respiró hondo, apretó su boca sobre la
de ella y sus besos se hicieron más prolongados y cada uno de ellos fue
más tierno e íntimo que el anterior. La presionó con todo el largo de su
cuerpo y de pronto ella descubrió que el palpitar en sus oídos era tan fuerte
que no le permitía oír. Sus pensamientos se desvanecieron, sólo quedaron
las sensaciones: el asombroso calor de la piel de Cristóbal, el exquisito
deslizar de la boca de él sobre su garganta, hombros y pechos. Sentía las
manos del hombre por todas partes, acariciando, explorando, resbalando
sobre sus miembros.
     Si habían persistido algunas dudas en el fondo de su mente, se
disolvieron de inmediato. Sus manos muy delicadas, recorrían los rincones
más íntimos de su cuerpo. Su respiración se había acelerado como si
hubiese hecho un gran esfuerzo y cuando soltaba el aire quemaba su piel
como si fuera vapor. La aplastó contra el colchón, besó y acarició sus pechos
y mordió suavemente las puntas erectas. Ella jadeó, rodeó la cabeza oscura
del hombre con sus brazos y sintió que el placer y una gran tensión la
hacían retorcerse debajo de él. Amanda bajó sus manos buscando la
excitada carne de él, lo tomó y acarició rítmicamente desde la punta hasta
su base, entre gruñidos y jadeos que escapaban de sus labios. Le dio un
profundo beso, hundiendo su lengua dentro de ella, al tiempo que le hacía
separar sus muslos y bajaba sus caderas hacia su centro.
Amanda sintió la presión en su vagina que le provocó una sacudida
eléctrica que se expandió por todo su cuerpo. Expectante, a la espera de la
dulce invasión, adelantó sus caderas para precipitar la entrada a su cuerpo.
Éste imitó sus movimientos con apremio hundiéndose en la delicada seda de
su interior, emitiendo un sonido gutural en la acometida.
     A Amanda se le cortó el aliento y experimentó un placer casi doloroso,
diferente a cualquiera conocido hasta entonces... estaba segura de ello. Sus
dedos se contrajeron sobre el pecho de él tratando de enterrarse sin aliento,
pero él volvió a embestir una y otra vez y otra más. Todo su ser se
concentró en el deleite de poseerla y demostrarle su amor. Ella llegó al
orgasmo con asombrosa rapidez; su cuerpo se cerró alrededor de él y la
sorpresa esperada hizo temblar sus miembros.
     Cristóbal permaneció dentro de ella, y experimenté el orgasmo más
poderoso que había tenido en su vida. Gimió y hundió la cara en la curva
del hombro de su mujer, sintiendo palpitar su miembro, martillear su pulso
e inundarse su cuerpo de placer.
     Hacía una semana que Amanda le había entregado el pedido de lencería
a Cristóbal y junto con él había dado por terminado lo poco o lo mucho que
compartieron mientras estuvieron junto. Dejándole muy en claro que ella no
tenía intenciones de ser parte de su harén. Continuó con su vida normal
atesorando en su corazón los buenos momentos compartidos que jamás
olvidaría. En quince días se terminaba el curso en su escuela y como era
costumbre, como parte del festejo final, todos se quitarían las máscaras.
Luego de ese día cada alumno tomaría su camino y no importaría el haberse
vistos las caras.
     Era medio día estaba por cerrar su local para almorzar, cuando sonó su
celular. Siempre abrigaba la esperanza que fuese Cristóbal quien la llamaba,
pero nunca ocurría como esperaba. Ya habían pasado muchos días sin
noticias. Una clara señal de que ella había sido una conquista más en su
lista. Pero ella siempre lo supo y por ello se había tomado la libertad de
disfrutarlo sabiendo que sería la única vez.
     Y no se había equivocado
—Dime Raquel —contestó su celular con tristeza.
—¿Amanda quieres que nos reunamos para almorzar?
—Bueno, estaba cerrando ¿En el restaurante de siempre?
—Sí, sí, en quince te veo allá —dijo y colgó.
     Amanda sonrió. Los quince minutos de su amiga siempre se convertían
en media hora, por lo tanto aprovecharía para ir caminando, necesitaba
relajarse y tomar aire. Cambió el cartel por cerrado, echó llave a la puerta y
se dirigió caminado en dirección al restaurante. Hacía mucho que no lo
hacía y el aire fresco que jugaba sobre su rostro la reconfortó. Mirando
vidrieras y contemplando la gente que caminaban todos apurados para no
perder la hora de almorzar, sin darse cuenta llegó al lugar del encuentro.
Entró, buscó con la mirada y como era de esperar su amiga no había
llegado. Se sentó en una mesa alejada, ese día prefería la privacidad y se
acomodó para esperarla.
     Se quitó el abrigo y cuando se disponía a acomodarlo sobre la silla a su
lado, lo vio, Cristóbal estaba al final del local en una esquina con una
hermosa y joven mujer a su lado. Desde donde ella estaba podía ver a su
acompañante de frente y a él de perfil. En ese mismo momento llegó Raquel
y se sentó de frente dejándola tapada a la vista de ellos. Sólo podía verlos
si se hacía hacia atrás en su asiento, cosa que evitaba a como diera lugar.
Comieron y conversaron con su amiga, pero estaba tensa no podía alejar de
su mente el hecho de que él estuviera a sólo unos metros de ella y con otra
mujer.
     Se hizo hacia atrás para que el mozo pudiese depositar el café que
habían pedido y sin poder evitarlo giró su cabeza y los miró. Cristóbal
acomodó el cabello de ella detrás de la oreja y con el dorso de la mano le
acarició la mejilla con evidente cariño. La imagen estrujó su corazón que
palpitaba a punto de desbordarse de su cauce. Como si hubiese sentido su
mirada éste se giró y sorprendido al descubrir su presencia se quedó
mirándola como sí que él estuviese con otra mujer fuese lo más normal del
mundo.
—¿Me escuchaste? —preguntó Raquel.
—Perdón, dime.
—Estás muy rara Amanda, ¿Te pasa algo? Sabes que puedes contar
conmigo para lo que necesites, ¿Verdad?
—Sí amiga, lo sé. No te preocupes estoy bien —mintió y eso la hizo
sentir muy mal.
Terminaron su café y salieron del local conversando sin mirar atrás.
Cristóbal la siguió con la mirada preocupado, sabía lo que ella estaba
pensado y eso iba a dificultar más su relación con ella. O su no relación,
hacía ya casi un mes desde que ella le había dejado muy en claro que no
quería tener nada que ver con un libertino como él. Se lo dijo en otras
palabras pero más o menos era lo mismo, su problema consistía en no
saber cómo demostrarle que estaba equivocada. Bueno no estaba
equivocada hasta el día en que la conoció a ella su vida había sido una
constante idas y venidas a fiestas y saltos de cama en cama. Rubias,
morenas, pelirrojas y de todo tipo habían sido fotografiadas a su lado en
distintos lugares, todos nocturnos y no de muy buena reputación.
     ¿Cómo convencerla ahora de su gran cambio? y que era verdadero
además. Tantas noches eran fruto de su incansable búsqueda de la mujer
perfecta que complementase su alma y llenase su corazón. Si alguien se lo
hubiese dicho, no lo creería. La mujer tan buscada, tan esperada, estaba a
solo dos calles de su oficina. Durante tres años la tuvo tan cerca y tan lejos
a la vez. Y ahora estaba a punto de perderla, si no jugaba bien su última
carta, jamás podría ser feliz. Ninguno de los dos podría ser felices porque
estaba seguro del amor de Amanda, lo vio en sus ojos cuando hicieron el
amor y lo vio en el restaurante reflejado en el dolor al encontrarlo con otra
mujer.
     Volvía sola a su local con los ojos llenos de lágrimas, sabía que algo así
podía pasar, creyó estar preparada pero se equivocó. El dolor que sentía le
cortaba la respiración, necesitaba llegar a su negocio y poder llorar
tranquila, desahogar todo el cúmulo de sentimientos que se agolpaban en
su garganta en forma de lágrimas.
     En su oficina, lloró y lloró hasta que ya no le quedaron lágrimas. Al ver el
local vació recordó que era viernes y a esa altura del mes no entraba mucha
gente por lo que decidió cerrar e irse a su departamento.
Estuvo todo el fin de semana sola en su departamento, terminando
trabajo atrasado y tratando de no pensar en nada. Tomó una decisión: no
volvería a pensar en él. Fue una ráfaga de viento que pasó por su vida, la
alborotó y siguió su curso, dejando los restos por levantar.
     Y eso hizo; juntó sus pedazos rotos los unió y se prometió a sí misma
seguir adelante con su vida como si nada hubiese pasado.
     Comenzó la última semana en la que finalizaría el curso, se dedicó a los
preparativos de la fiesta que se realizaría después de la última clase. Los
cuatro cursos que se dictaban en la escuela terminaban juntos, por lo que
los profesores decidieron hacer la graduación y el festejo final todos juntos.
Mientras se les entregase el diploma simbólico por aprobar el curso, todos
estarían con las máscaras puestas para no relacionar nombres con rostros.
    Una vez finalizado el acto, se procedería a los festejos, que consistía en un
ágape en honor a los graduados, música y baile con el agregado de la quita
de máscara.
     El acto los llevaba a su graduación, solo que en vez de lanzar al aire sus
gorros se lanzarían sus antifaces. Ya estaba todo organizado solo faltaba el
día de la clase final.
     Desde su último encuentro con Amanda, Cristóbal no dejaba de pasar
con su auto por delante del local para asegurarse que estuviese bien. Hasta
mandó a su secretaria para que se comprase lo que quisiera de regalo, sólo
para saber de ella. No podía siquiera dormir pensando, mucho menos
trabajar, tenía que encontrar la manera de que creyese en su cambio por si
su plan no funcionase.
     Pero tenía que hacerlo. Tenía un testigo muy importante en todo lo que
había hecho. Pero debía esperar a que llegase el día. Era duro, parecía que
las horas eran más largas de lo habitual y pasaban muy lentas. La
desesperación comenzaba a apoderarse de él poco a poco…
     Ese día, el último para sus alumnos en la escuela, era todo alegría, risas
y festejos. Comenzaron lo que sería su última clase. Esta vez sería un baile
sensual, donde cada uno mostraría su amor por su compañero, sin palabras
con caricias y movimientos sensuales. Con los primero acordes de
“Unchained Melody” cada uno tomó a su pareja y comenzaron los
movimientos sensuales dedicados a acariciar y agradar a su compañero.
      Amanda controlaba a sus alumnos, mientras practicaba los movimientos con su pareja.
     Ambos se movían coordinados muy cerca, más de lo normal, en un
momento la sensualidad de él la atrapó y la llevó por caminos desconocidos.
     Las caricias que no debían tocar la piel a ella le quemaban, no entendía que le pasaba hasta unos días atrás se creía enamorada y que jamás volvería a sentirse así por nadie. Y en ese momento aprisionada en las redes de la
seducción que efectuaba su alumno en ella, se sentía feliz, querida, amada.
Eran incomprensible los sentimientos que se despertaban en su piel, en sus
sentidos. Tenía que deberse a que estaba muy sensibilizada por todos los
acontecimientos de los últimos días, no había otra explicación. Rogaba que
la canción terminase pronto, o no podría controlarse y no quería que su
alumno mal interpretase sus movimientos. Se sentía asustada y quería que
todo llegase a su fin o sus nervios la traicionarían.
     Con un gran aplauso estaban todos listos para la entrega de diplomas.
Uno de los dirigentes de la escuela tomó el micrófono y comenzó a llamar a
los egresados uno a uno. Los profesores seguían desde un costado del
escenario todo el acontecimiento sin perderse detalle.
     Amanda estaba satisfecha con el resultado de ese año, pues su escuela
era cada vez más popular y cada inicio de curso incrementaba
considerablemente la afluencia de alumnos. Tuvieron que hacer listas para
el curso siguiente ya que los cupos eran limitados. Continuaba el paso de
los alumnos al ser llamados por sus nombres que en general eran
seudónimos, nadie quería dar su nombre verdadero y para la escuela estaba
bien. No se necesitaban nombres los alumnos eran personas en busca de
aprendizaje para mejorar sus vidas.
     Ella seguía la ceremonia sin perder detalle pero sin dejar de sentir la
profunda mirada del alumno que había efectuado las veces de su pareja
durante todo el curso. Y si bien siempre se habían tratado con mucha
cordialidad ahora sentía que algo había cambiado entre ellos.
     Él demostraba interés en ella y se lo hacía sentir con su penetrante
mirada. Ella trataba de simular que no se daba cuenta, pronto terminaría
todo y no volvería a saber de él.
     Terminada la ceremonia pasaron todos al salón principal, éste se
encontraba adornado, con luces de colores, con mesas dispuestas en forma
de círculo para sentarse con un amplio espacio en medio. En la pared
contraria a la entrada al final del salón habían dispuestas mesas a lo largo
repletas de comida para que cada cual se sirviese a su gusto.
     Por cada mesa se hallaba un mozo sirviendo tragos a pedido de los
comensales, que muchos habían asistido con sus parejas. Se les pidió a los
alumnos dispuestos a la quita de máscaras que se reunieran en el centro
del salón, como no era obligación los que no querían revelar su identidad no
lo hacían. Una vez todos ubicados y siguiendo la orden de uno de los
profesores las máscaras emprendieron el vuelo hasta tocar el techo y volver
a caer. Entre medio de aplausos risas y música se inició la fiesta.
     Paseando por las mesas, Amanda escuchaba feliz los relatos de sus
alumnos, algunos habían logrado recuperar a sus parejas que ya daban por
perdidas. Otros contaban con felicidad que, gracias a lo aprendido en el
curso, habían encontrado a su compañero o compañera. Todos estaban de
acuerdo que sus vidas habían dado un cambio total, ahora podían disfrutar
de su sexualidad con más desinhibición. Al llegar a la mesa que le
correspondía llamó su atención que su alumno no se había quitado su
máscara.
     Se sentó en su lugar designado como a todos, casualmente estaba
ubicado al lado de ese misterioso hombre que ahora en su último día la
inquietaba más de lo normal. Antes, se había sentido estremecer cuando él
la tocó, pero también el frío de su piel bajo su perturbador aliento. Nunca
había tenido sentimientos tan profundos y tan contradictorios. Para cortar el
incómodo silencio entre ellos Amanda, le preguntó cómo le había ido a él en
su vida con lo aprendido en el curso.
     El la miró a los ojos y le contestó que todavía no sabía pero que estaba a
punto de averiguarlo. Apenas podía escucharlo entre la música, las risas y
los gritos, su voz le llegaba como un ronco susurro. Era raro, nunca antes
había escuchado su voz, jamás habían hablado. Creyendo que esperaba a
alguien le preguntó si quería que cambiara de sitio para dejarle espacio a su
acompañante.
     —No es necesario —respondió éste.
     Demostrando una tranquilidad que no sentía se llevó las manos a la
cabeza y muy despacio fue retirando su máscara por delante lo que no
permitió a Amanda ver su cara hasta que la hubo depositado en su regazo y
lentamente fue levantado su rostro. Un profundo silencio se instaló entre
ambos.
     Él la miró expectante, esperaba su reacción y ella lo miró sin
comprender.
      Después de unos minutos que le parecieron eternos ella logró balbucear
una sola palabra.
—¡Cristóbal!
—Hola minina —dijo con miedo a su reacción.
—¿Qué haces aquí, dónde está mi alumno? —dijo buscando con la
mirada a su alrededor.
—Yo soy tu alumno —le dijo con una sonrisa forzada.
—No puede ser… te conocí mucho después de empezar este curso.
—Tú a mí sí pero yo te conocía Amanda. Desde que te vi por primera vez
quedé prendado y decidí averiguar cómo era tu vida, que hacías cuando no
estabas en el local. Fue así como llegué a tu escuela, a tu curso, a ser tu
alumno.
—¿Fuiste mi alumno desde la primera clase?
—Si siempre estuviste dando tu clase conmigo como tu pareja.
—No es cierto, después que te conocí, me hubiese dado cuenta por tus
ojos.
—Anteojos de contacto, Amanda.
—Anteo…pero… ¿por qué hacer todo esto?
—Para conquistar tu corazón, para que más.
—¿Por qué no hacerlo de la forma normal?
—¿Te olvidas que lo intenté y me dejaste porque según tú no serías una
más de mis conquistas?
—Y tenía razón a los pocos días ya estabas almorzando con una nueva
conquista, que por cierto creo que es demasiado joven para ti.
Poniendo los ojos en blanco y haciendo una respiración profunda para
calmarse, buscaba en su cabeza las palabras necesarias para convencer a
esa terca mujer.
—Estaba con mi hermana menor. Precisamente contándole lo
estúpidamente que me había enamorado de una mujer que pensaba lo peor
de mí.
—Hermana… enamorado —repitió como si fuese un eco.
Se les acercaron a la mesa otros alumnos agradeciéndole por haber
encontrado la felicidad que llenaba sus vidas ahora. Uno de ellos le
preguntó si ella era feliz… Amanda pensó unos momentos la respuesta y
mirando a Cristóbal contestó…
—Ahora sí… soy Hacedora de mis Sueños.
FIN




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