Laura Peñafiel,

RELATOS DE SABADO CON LAURA PEÑAFIEL DEL BLOG

0:00 Maria Esther Borrero Calderita 0 Comments



SABANA AFRICANA, HACE 6.100.000 MILLONES DE
AÑOS

 Estaba empezando a salir el Sol. Una joven hembra de orrorin estaba despierta desde hacía mucho rato. Dormía en el suelo junto con otros miembros de su familia.
Se puso de pie. Miró a su alrededor. Todo estaba en calma. 
Pero, por algún extraño motivo, ella no estaba tranquila. Miraba en dirección al Norte.

 Algo dentro de ella le decía que debía de viajar allí.
Había algo en el Norte que la estaba esperando. Pero no sabía lo que era.
Al cabo de un rato, todos los miembros del grupo estaban caminando.
La hembra había pasado toda su vida viajando con su clan.
No había permanecido nunca en un sitio mucho tiempo.
La hembra estaba acostumbrada a ver morir a muchos miembros de su clan a
manos de los depredadores que había en la sabana. Ella misma tenía una cicatriz en el
muslo a consecuencia de una escaramuza con una leona. Intentaba defender a su
hermanito pequeño del ataque de la leona. No lo consiguió y su hermanito (lo que
quedaba de él) yacía en algún lugar de la sabana. La única defensa contra los
depredadores era la huida. Algunos machos les tiraban piedras.
La hembra era ágil y rápida. Podía correr mucho más deprisa que el resto de sus
compañeros. Podía subirse de un salto a los árboles más altos.
Estuvieron caminando durante varias horas.
Se sentaron cuando vieron los restos de un mono. A menudo, comían carne de
los animales muertos. Rodearon el cadáver del mono y se sentaron para dar cuenta de su
cuerpo.
Tenía hambre.
La comida era la necesidad básica de aquel clan.
Estuvieron descansando durante un rato. La joven orrorin ya no era una niña.
Ahora, era ya una adulta. Tenía otras necesidades.
Había un joven macho en el clan. Parecía que se sentía atraído por ella. La
rondaba. Ella no mostraba indiferencia alguna hacia él. Pero debía de hacerse un poco la
difícil. Así, despertaba todavía más su interés.
El clan estaba compuesto por unos cincuenta miembros.
Cuando hubieron decidido que ya habían descansado lo suficiente, se pusieron
de pie. Era la hora de proseguir aquel viaje.
Algunas veces, la hembra se preguntaba adonde iban. ¿Por qué siempre estaban
caminando? Por supuesto, nunca cuestionaba las decisiones que tomaba su líder. Él
decía que había que caminar. Y ella, como los demás miembros del grupo, le obedecía.
La siguiente parada la haría a la caída del Sol. Buscarían comida que cenar. Y un sitio
en el que pasar la noche.
Y así siempre.
Pero la hembra estaba preocupada.
Veía que era, en ocasiones, difícil encontrar comida. Incluso había visto ríos que
estaban secos.
Pasó la noche en vela.
Tenía todos sus sentidos en alerta. Contempló a los miembros de su clan. Todos
estaban profundamente dormidos. Pero ella era incapaz de conciliar el sueño. Tenía la
mirada fija en un punto lejano. He de ir hacia allí, pensaba.
¿Hacía dónde iba a ir? Una hembra sola…¿Dónde podía ir? Necesitaba la
protección de un macho. Necesitaba a su familia.
El Norte…
Su suerte no estaba en aquel lugar. Estaba en aquel otro extraño lugar. Un sitio
que nadie jamás había explorado. Permaneció despierta. Intentando olvidar ese sitio que
no conocía y al que deseaba ir con todas sus fuerzas.
La tormenta les sorprendió de improviso.
El cielo se cubrió enseguida de nubes negras. ¡Y eso que el día había amanecido
soleado!
Las primeras gotas de lluvia fueron ignoradas. Debían de pensar que se trataba
de una simple llovizna. Hacía mucho que no llovía en aquella zona.
Entonces, la lluvia empezó a arreciar. Había que buscar refugio en alguna parte.
Vieron el árbol.
Fueron corriendo hacia él. Subieron lo más deprisa que pudieron a las ramas más
altas. No supieron el tiempo que permanecieron allí. El hermano de la hembra quería
bajar al suelo. Pero ésta lo retuvo a su lado.
Había que seguir caminando.
El hermano de la hembra estaba cansado. Su hermana lo cogió en brazos.
Se lo puso a la espalda. Hacía mucho calor aquel día. Una hembra ya anciana
cayó al suelo. El líder se acercó a ella y comprobó que no respiraba. La hembra se
quedó paralizada mientras su hermano gimoteaba.
Los miembros de la manada empezaron a gritar y a patear el suelo para
demostrar su dolor.
Después, prosiguieron su camino. La hembra fue la primera en iniciar la marcha.
No podía permitir que su hermano contemplara el cadáver.
Aceleró el paso cuando creyó atisbar detrás de ella la melena dorada de un león.
Su hermano se apretó contra ella. La hembra creyó ver cómo el león se acercaba al
cadáver. Imaginaba lo que iba a pasar a continuación. Y prefería no verlo. Y que no lo
viera su hermano.
Estuvo a punto de echar a correr de puro terror.
El macho se quedó mirando la figura dormida de la hembra. La luz de la Luna
iluminaba su rostro relajado. La deseaba desde hacía mucho tiempo. Pero, por algún
extraño motivo, no se atrevía a saltar sobre ella, como hacían los demás machos con las
demás hembras. Y eso le parecía raro.
Se sentó en el suelo procurando no rozarla.
El macho le ofreció a la hembra un tallo lleno de hojas.
Deseaba presumir ante ella de la hazaña que había llevado a cabo un rato antes.
Estaba seguro de que ella le había visto en acción y estaba admirada. El macho había
logrado escapar ileso del ataque de un león. Éste había estado persiguiéndole durante
mucho rato. Estuvo a punto de atraparle.
Tras la persecución, el macho estaba exhausto, pero necesitaba presumir ante la
hembra que le gustaba de su virilidad.
Se sentó a su lado. La hembra comenzó a dar cuenta del tallo que el macho le
había dado. Mediante gestos, le dio las gracias. Le dio a entender que las hojas estaban
muy buenas. El ego del macho se vio reforzado. Se sabía el centro de atención de su
objeto de deseo.
Había demostrado lo viril que era.
La hembra le hacía caso.
No podía pedir más. Miró a la hembra con adoración.
Ésta empezó a sentirse incómoda.
No mires, debió de pensar. Yo no te miraré. Pero tú no me mires a mí.
En un momento dado, el joven orrorin se inclinó hacia la joven orrorin y le
lamió la mejilla. El gesto pareció animar mucho a la muchacha. Ella también le lamió la
mejilla. Estaba muy interesado en ella. La hembra lo suponía.
El clan estuvo caminando durante horas. La hembra estaba un poco preocupada.
Su hermano iba delante. No podía verle. Sus compañeros le aseguraron que estaba bien.
Oyó los gritos de su hermano mientras jugaba con un amigo. Estaba bien. Tenían razón
los demás. Y parecía que el pequeño se estaba divirtiendo.
Su hermano era inquieto por naturaleza. En aquel aspecto salía a ella.
Pero su hermano no estaba obsesionado con viajar al Norte. Ella, en cambio, sí
quería ver lo que había en aquellas tierras. Pensaba que el agua sería más abundante que
en el lugar en el que se encontraban. Pensaba que habría más comida.
Su hermano, al igual que ella, quería ver más lugares.
Pero no pensaba en el Norte.
Los dos sabían que había lugares en los que nunca habían estado. También sabía
que había otros clanes. Con miembros parecidos a ellos. Se habían cruzado con ellos en
alguna que otra ocasión mientras caminaban. La mayoría iba en dirección contraria a la
que ellos iban. Se limitaban a mirarse con curiosidad. Si podían, se evitaban. Intentaban
evitar un posible enfrentamiento. Se habían enfrentado con otros clanes. Y el resultado
solía ser mortal.
Como aquel día…
Una de la hembras más jóvenes se había quedado atrás rezagada. Apenas se
había hecho adulta unos días antes.
La seguía un macho.
Iba solo. No lo había visto antes ni ella ni los demás miembros del clan.
Entonces, el macho se abalanzó sobre la hembra. La tiró de un empellón al
suelo. Ella empezó a gritar cuando el macho le dio un mordisco en el cuello. Pretendía
copular con ella. La joven hembra se resistió. Le pegó. Pidió ayuda. Él le devolvió los
golpes.
Entonces, se vio libre de él de manera súbita.
Los machos de su grupo se dieron cuenta de lo que estaba pasando. Y fueron a
ayudarla. Le tiraron piedras al desconocido. Lograron separarlo de la aterrorizada
hembra. Ésta se puso de pie.
Corrió a refugiarse con los demás miembros del grupo. Buscó la protección de
su madre. Temblaba de manera violenta.
Los machos comenzaron a golpear al desconocido. Al cabo de un rato, éste ya
no se movía. Había intentado defenderse sin éxito. El grupo que le golpeaba era más
numeroso. Quedó reducido a una masa ensangrentada que yacía en el suelo. Tenía el
rostro destrozado. Un ojo estaba fuera de su cuenca. Le habían roto todos los dientes.
Uno de los machos le escupió a la cara.
Todos se alejaron de aquel lugar. La joven hembra estaba todavía asustada. No
se atrevía a mirar a su atacante, que seguía sin moverse. Había muerto. No respiraba. Ya
no le haría daño a nadie nunca más. Podía respirar tranquila, pero todavía tenía el susto
en el cuerpo. Ella y su madre se colocaron junto al jefe del clan. Necesitaban sentirse
protegidas por alguien.
El clan orrorin daba cuenta de las hojas que arrancaban de los árboles.
El Sol estaba en lo más alto del cielo.
Era pleno verano. El calor apretaba. Una hembra estaba asustada. Ya no le salía
leche de los pechos. No sabía cómo iba a amamantar a su cría. Y veía que ésta estaba
cada vez más débil.
La hembra le echó un vistazo a su hermano, que yacía acostado en una rama. No
tenía ganas de jugar con nadie. El calor podía con él.
El grupo estaba subido en las ramas más alta de aquel árbol. La hembra miraba
con melancolía al horizonte, en dirección al Norte. El macho que la pretendía se atrevió
finalmente a acercarse a ella. Le lamió la mejilla. Ella se centró en él. Debía dejar de
pensar en el Norte. Una infinita melancolía la invadía. Para quitársela, lamió la mejilla
del macho. También le succionó una tetilla.
El macho quería copular con ella. Por fin, había decidido usarla para desahogar
sus necesidades más primarias. El macho posó sus labios en los labios de la hembra.
Ésta se dejó hacer. Se dejó llevar. Tiró las hojas que estaba comiendo al suelo. Ya
comería después. Se pusieron a copular allí mismo. Casi al lado del lugar donde dormía
el hermano de la hembra. Éste no se despertó.
A la pareja no le importaba copular delante de todo el clan.
Fue una cópula rápida.
Los miembros del grupo bajaron al suelo al cabo de un rato. Con frecuencia,
algunos miembros pasaban más tiempo en el suelo que subidos en lo alto de los árboles.
Gran parte de sus vidas las hacían en las ramas de los árboles. Pero sentían la necesidad
de tocar el suelo con los pies. De caminar sobre él. De no tener la sensación de estar
flotando en el aire.
La hembra se acercó al río a beber agua. Su hermano se despertó. De un salto,
acabó en el agua.
El macho vio cómo la hembra jugaba con su hermano. Los dos parecían sentirse
cómodos estando juntos. Era obvio que se querían mucho.
Habían pasado antes por aquel río.
Lo habían visto lleno de agua.
¿Qué era lo que le había pasado? Toda la vegetación que crecía en sus
alrededores estaba seca.
Y el río estaba vacío. Ya no llevaba tanta agua en su caudal como la llevaba
antes. A decir verdad, no llevaba nada de agua. Pero aquel era el mismo río en el que
habían saciado su sed en el pasado. No hacía mucho habían estado bebiendo agua allí.
Los miembros del grupo estaban atónitos. ¿Dónde estaba el agua?
La hembra trató de calmar a su hermano. El pequeño tenía sed.
Agua, parecía querer decir. Quiero agua. Tengo mucha sed.
La hembra ahogó un grito.
Echó un vistazo a la orilla del río. ¡Había un montón de animales muertos!
Todos estaban en distintos grados de descomposición. No era agua. Pero sí eran comida.
Y el clan tenía hambre.
¿Cuándo fue la última vez que cenaron? La noche anterior…No habían cenado.
Y tampoco habían comido. Todos los árboles que encontraban a su paso estaban secos.
Ya no daban frutos. Tampoco daban hojas. La hembra estaba perpleja. No entendía nada
de lo que estaba pasando.
El pequeño gimoteaba. No tenía hambre. Tenía sed. Y así se lo dio a entender a
su hermana.
Ella le obligó a comer. Por una vez, podrían disfrutar de una tranquila comida.
Le asqueaba un poco la idea de comer carne de animales muertos. Pero no había otra
cosa. Y había que sobrevivir. Arrancó un trozo de carne de una jirafa muerta. Nunca
antes había comido jirafa. Se lo metió en la boca. Lo masticó con gesto pensativo. Trató
de recordar algo. Y era algo inquietante. Tenía que ver con el agua.
Estuvo a punto de atragantarse cuando logró recordar de qué se trataba.
No era el primer río que veía seco. Había visto otros ríos que llevaban menos
caudal. Incluso había visto ríos que se estaban quedando sin agua. ¿Por qué sería? El
agua estaba desapareciendo. Los árboles se secaban. Los animales morían de hambre y
de sed. Eso les podía pasar a ellos. Podían morir de hambre y de sed. ¿Qué estaba
pasando con el agua? ¿Por qué estaba desapareciendo?
Hacía mucho que no llovía. La hembra se obligó así misma a mantener la calma.
Los ríos van llenos de agua cuando llueve, pensó.
Estaba segura de que llovería antes o después. Los ríos no tardarían mucho en
volver a estar llenos. A los árboles les crecerían hojas verdes. Y se llenarían de
deliciosos frutos.
Y no tardarían en volver a aparecer muchos animales llenos de vida.
Como había pasado antes.
Como tenía que seguir siendo.
La hembra posó la vista en el Norte. Se preguntó si el ritmo de las cosas allí era
inalterable.
Debía de dejar de pensar en el Norte. Nunca viajaría allí.
¿De qué le servía pensar en el futuro? Sólo existía el presente. Lo que estaba
viviendo en aquel momento. El futuro y el pasado no debían de existir en su cabeza.

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