Kassius (Dave Orell),

RELATOS DE SABADO CON kASSIUS ( DAVE ORELL)

1:00 Maria Esther Borrero Calderita 0 Comments



     La plaza de la Esperanza se situaba en una de las barriadas más prósperas de  la ciudad y  era  tan visitada por  los vecinos como por  los turistas   atraídos   por   esas   ciudades   que   encierran   pequeñas   historias entre sus habitantes.


     Sus  zonas  ajardinadas  y  su  gran  fuente  de  agua  ornamentada  con ranitas   hechas   en   piedra,   era   el   lugar   donde   todos   se   tomaban   las fotografías   ideales   para   inmortalizar   grandes   momentos;   los   niños jugaban allí con sus peonzas o con sus juguetes y también habían unos columpios  con un  tobogán  que hacía  las delicias de  todos  ellos  cuando acudían con sus familiares, quienes también compraban las semillas en el kiosko   para   las  palomas   que   vivían  en   los   tejados  cercanos   y   que   no temían a las personas que les daban de comer.

     Los más ancianos de la ciudad recordaban aquella plaza como un lugar donde antes sólo existían casi una docena de higueras en una explanada de tierra que solía encharcarse cuando llovía. En aquél solar también se celebraban  los mercados de ganado y agricultura e  incluso a veces,  las compañías de circo o de teatro venían para divertir a la gente de la ciudad.

     En aquella época la capital tenía otro aspecto y aunque empezaba a crecer poco a poco, no había tanta gente trajeada y ajetreada corriendo de un lado a otro sin más tiempo a nada. Antes la gente vivía con más calma y había tiempo para todo y los vecinos se tenían más en cuenta entre ellos, porque hoy es extraño que venga un vecino para compartir productos de la compra en el mercado o para ofrecer una porción de tarta cuando no se trataba de un pastel que había horneado su esposa durante la tarde con toda su ilusión.

     Pero eran otros tiempos...Un día, tres hombres sin nada en sus manos porque todo lo que un día tuvieron, les fue arrebatado de sus vidas quedando de un día para otro en el frío suelo de la calle. Empezaron refugiándose del duro invierno en las sucursales de bancos y cajas de la ciudad hasta que les echaron a gritos y a patadas sin impunidad alguna, viéndose obligados a buscarse otro lugar continuamente. Entonces  aparecieron  en  la plaza  con sus  ropas sucias arrastrando desde los contenedores de basura cualquier material que les pudiera proteger de las inclemencias del tiempo.

     La plaza de la Esperanza había sido muy popular en tiempos no muy lejanos, pero ahora se había convertido en la vergüenza de la barriada y todo era porque habían tres señores que vivían entre cartones y tablas de madera.   Desde   que   llegaron   los   tres   mendigos,   el   malestar   entre   los vecinos  fue  en  aumento hasta  tal  punto  que  de  inmediato,  dejaron de llevar a sus hijos a los columpios y a dar de comer a las palomas.

     Ese mismo rincón del barrio se fue degradando hasta convertirse en un lugar   casi   imperceptible   para   todo   el   mundo,   excepto   para   los comerciantes   que   se   quejaban   de   la   suciedad   que   estos   dejaban   a   su alrededor y algunos padres se quejaban duramente del lamentable estado de abandono y deterioro del lugar. Los accidentes por tropiezos y heridas varias  se  contaban  por  decenas  a  causa  de  las  baldosas  rotas  y  otros desperfectos.

     Los   problemas   no   tardaron   demasiado   en   aparecer.   Los   vecinos alarmados   por   la mala   imagen  que  estos  creaban  a  diario  y  luego  la acumulación de basura,  botellas y  latas  rotas causaban mal  olor  en  la zona además de sus continuadas y brutales broncas que muchas veces terminaban con la presencia de la policía para poner orden entre tantos puñetazos y gritos despectivos.

     Al finalizar la primavera, estos se marcharon a otro lugar pero nadie supo la respuesta porque no les importaba a donde fueran a parar, ya que les interesaba más comprobar que los problemas se habían resuelto.

     Prontamente, los servicios de limpieza del ayuntamiento se encargaron de   eliminar   toda   la   suciedad   e   higienizar   la   plaza.   Desde   luego,   era innegable   la   prisa   por   recuperar   aquella   parcela   de   ocio   ciudadano. 

     Después de rehabilitar el lugar, vecinos y comerciantes se sintieron tan orgullosos de lucir una plaza con un aspecto inmejorable que celebraron un evento para potenciar  la  influencia de  los turistas e  incrementar  la popularidad de la capital.

     Los meses  transcurrieron y  el  invierno volvió con más crudeza, con temperaturas bajo cero y una nevada importante a nivel del mar que todos los vecinos de aquella barriada trataron de inmortalizar fotografiando a sus pequeños junto al agua congelada de la fuente. Era evidente que ya nadie   recordaba   a   los   tres   mendigos   que   allá   donde   estuvieran, seguramente estarían sufriendo las gélidas temperaturas.

     No era  interés de nadie que aquellos mendigos, personas al  fin y al cabo, estaban enfermos y necesitaban entrar en calor de forma urgente.Era   tanto   el   frío   que   estaban   entumecidos   y   empezaron   a   buscar tablones para hacer un  fuego que  les amparase. Al cabo de un rato,  la mala casualidad hizo que una chispa saltase sobre ellos mientras dormían profundamente. El fuego creció fugaz devorando las maderas y sus ropas impregnadas por el alcohol que habían bebido aquella noche y el refugio 
de  los  tres mendigos quedó calcinado por  las  llamaradas en muy pocos minutos. Afortunadamente, dos de ellos pudieron escapar del fuego pero el otro se quedó atrapado cuando las maderas se precipitaron sobre él.

     En una entrevista que realizó el diario local, los señores explicaron que se llamaban Esteban y Bartolomé. Durante muchos años ambos habían sido empleados de la vieja panadería del barrio y el compañero que había muerto   en   el   incendio   se   trataba   de   Guillermo,   el   viejo   kioskero   que vendía las semillas para dar de comer a las palomas.

     Al día siguiente, la gente de la ciudad conoció la noticia del incendio y así fue como los vecinos supieron de nuevo sobre la existencia de aquellos tres indigentes de la plaza.

     Hubo un  tiempo  para  todo  y  que  todo  era mejor  o más  bonito  que ahora, al menos, para la Plaza de la Esperanza.

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