Lizzie Quintas,
Eran las nueve y ya parecía media noche, era lo que tenía el invierno, que oscurecía antes. Había quedado con mis amigas para dar un paseo como de costumbre. Tenían que venir a buscarme a las ocho y media pero, desgraciadamente, mis amigas no sabían lo que era la puntualidad. Un día les enseñé la entrada del diccionario donde definían esta palabra y aun así nada cambió, seguían siendo impuntuales y agotaban mi paciencia. Yo era demasiado perfeccionista para eso y no me gustaba hacer esperar a nadie, ¿por qué a ellas si? Cansada de esperar cogí mis cosas para marcharme.
- Mamá, ya me voy.- Le dije antes de salir por la puerta.
- No tardes. - Me gritó ella.- Sabes que tienes muchas cosas que hacer.
Cerré la puerta justo a tiempo de escuchar su retahíla de siempre: “Esta habitación parece una pocilga”, “¿no te da vergüenza tener así la habitación?” O el típico “es que no haces nada en casa, estoy cansada de trabajar y tú no ayudas nada”. ¡Vamos que me las sabía todas! ¿Nunca se cansaba de repetir lo mismo una y otra vez? Bajé las escaleras, no me apetecía nada verme encerrada en un sitio pequeño como era el ascensor. Sabía perfectamente que había veinticinco escalones ya que a veces, cuando me aburría, los contaba. Nada más abrir la puerta del portal una brisa fría me agarró. Observé a todas las personas que se metían en los bares para resguardarse del frío, otras se acomodaban las bufandas alrededor del cuello y la boca o se apretaban contra su acompañante en busca de calor. Yo en cambio no era nada friolera, pero esta vez iba muy ligera de ropa, simplemente llevaba sobre la camiseta de manga corta una chaqueta muy fina dejaba traspasar la gelidez del ambiente.
Me puse en marcha, iba hacia mi destino con pasos lentos pero seguros, ajena a las miradas de la gente. ¡Seguro que pensaban que estaba loca! Siempre que estaba decaída me iba al mismo lugar, para mí era un sitio mágico, hipnótico, la tranquilidad que respiraba allí y esas vistas que alejaban todo pensamiento triste de mi cabeza. La carretera que llevaba al cementerio se encontraba desierta como siempre a estas horas, las hileras de árboles dejaban que sus hojas las meciera aquella brisa que indicaba que nos acercábamos al mar. Una vez llegaba al cementerio tenía que seguir de frente, desde allí divisaba una pequeña cabaña descuidada que había sido del antiguo vigilante del cementerio. ¡Qué pena que nadie siguiera cuidando de ella! La cabaña tenía un banco de piedra que ofrecía una vista inmejorable del acantilado. Me encantaba sentarme allí y escuchar el sonido de las olas rompiendo contra las rocas, era como una sutil invitación a tirarme para jugar con ellas. Mientras observaba el paisaje, la brisa jugaba con mi pelo y mi ropa. No sabía muy bien el porqué, pero me sentía parte de aquel lugar, como aquellas aves que tienen su nido entre las rocas lejos del agua. Me invadió una extraña sensación al escuchar eses sonidos tan hipnóticos y familiares para mí. Parecía que volara entre las olas, subida en el banco y con mis brazos extendidos haciendo mías todas esas sensaciones y sintiéndome libre, cuando poco a poco regresé de mi ensoñación alertada por el sonido de mi móvil.
- ¿Sí?- contesté cuando estaba a punto de cortarse la llamada.
- Lilith, ¿dónde estás? Fuimos a casa a buscarte y tu madre nos dijo que ya te habías marchado.
- Estoy dónde siempre, en el cementerio.
- Vale, no te muevas que vamos todos a buscarte.
- Perfecto, pero no tardéis- dije colgando el teléfono y guardándolo en el bolsillo trasero del pantalón. ¿Todos? Había dicho " te vamos a buscar todos" ¿Lexter también? Mi corazón dio un vuelvo solo de pensarlo. Fijé mi mirada en el mar tratando de tranquilizarme y me dejé atrapar de nuevo por la naturaleza, la brisa era más fuerte al igual que el batir de las olas contra las rocas. Una vez en mi postura inicial noté como los sonidos se calmaban, me encantaba esa sensación de libertad como las olas y del viento, de poder moverme a mi antojo.
Cerré los ojos y estiré los brazos dejando que el aire me acariciara todo el cuerpo, sentí como si volase y por un momento creí ser la dueña del mundo.
De repente una extraña sensación invadió cada rincón de mi cuerpo, me sentí observada, abrí los ojos y vi a mis amigos corriendo hacia mí. Cerré los ojos de nuevo para que esa sensación volviera a envolverme y ser uno con todo lo que me rodeaba. Los brazos abiertos en cruz. De repente noté un tirón fuerte que me hizo abrir los ojos asustada y me encontré entre los brazos de mi mejor amiga que tenía sus ojos bañados en lágrimas sin entender qué sucedía. El resto de amigos se encontraban unos metros más atrás y nos miraban con una expresión de susto y asombro.
Mi amiga continuaba llorando, mientras me apretaba con fuerza contra su pecho.
- Keesha, ¡Para ya, me vas a ahogar!- Protesté mientras intentaba librarme de sus brazos.
- ¿Y si no llegamos a tiempo qué hubiera pasado?- gritaba mientas me soltaba.
- ¿A tiempo de qué?- pregunté a mi vez.- Solo estaba disfrutando del mar.
- Lo que tú digas.- Me dijo mientras nos volvimos con el grupo.
Al ver que era el centro de atención de todas las miradas, volví a preguntar:
-¿Se puede saber qué os pasa a todos? Pero ninguno contestó, simplemente se limitaban a observarme, produciendo una situación bastante incómoda, hasta que por fin Anthony rompió ese silencio.
- ¿Y si nos vamos a comprar las cosas para el cumple de Seb? Así tendremos una tarde normal.- Comentó Anthony.
Y así hicimos, nos pusimos en marcha para llegar al supermercado antes de que lo cerraran. Mientras andábamos Keesha me llevaba fuertemente agarrada, ¿Qué le pasaba?
- ¿Me vas a explicar por qué me agarras tan fuerte? No voy a marcharme a ningún sitio.
- Después de lo que has hecho no te voy a perder de vista.
-¡Qué no hice nada, jolines! Solo estaba disfrutando de la brisa del mar.
-¡Eso es lo que tú dices! Ahora no quiero hablar de ello. Hablamos cuando me haya calmado un poco, ¿vale?
Me encogí de hombros sabiendo que no iba a sacarle nada a mi amiga si ella no quería decírmelo. El silencio volvió a reinar en el trayecto, solo lo rompía el sonido de las hojas mecidas por el viento. Yo iba absorta en mis pensamientos, recordaba como conocí a Anthony. Cuando me mudé a este pueblo de Galicia, fue de las primeras personas que conocí, su madre y la mía eran compañeras de trabajo e hicieron que nos conociéramos, lo cierto es que congeniamos enseguida. Sus profundos ojos azules siempre me transmitieron complicidad. Constantemente estábamos juntos y las habladurías no tardaron en sucederse, todo el mundo pensaba que éramos novios, a nosotros nos daba igual lo que dijeran, teníamos claro que solamente éramos grandes amigos.
Una vez en el supermercado cogimos todo lo necesario para celebrar el cumpleaños de Seb, de nuestros amigos era el más amable y sociable, le encantaba hablar de animes y mangas japoneses, así que intentamos que en la fiesta se vieran reflejados sus gustos. La idea era celebrarlo todos juntos, con una sesión de películas, algo de música y como no, todo tipo de comidas… lo típico creo. Hacía poco tiempo que había aprendido a hacer dorayakis, como los que comía Doraemon en la serie de dibujos, y los iba a poner para picar en la fiesta. A mí siempre me ha gustado organizar fiestas, pensar las decoraciones, aunque no siempre, salía como lo tenía pensado. Supongo que no todo salía como quería, pero la verdad es que siempre se acercaba a mi idea principal.
Llegué a casa a la hora de costumbre, una hora antes de medianoche. Al entrar en casa reinaba un silencio sepulcral por lo que intenté hacer el menor ruido posible. Mi madre ya estaba dormida con el gato en el sofá. No quería despertarlos, se veían tan tranquilos.
Me cambié de ropa y fui al balcón, era mi ritual diario desde que vine a vivir aquí hace tres años. . Lo primero que observé fue un cielo despejado con una Luna creciente. La calle estaba en silencio, no había ni un alma. Me quedé ensimismada observando como la luna asomaba entre las montañas, era una preciosa imagen que despertaba cierta ternura en mi interior.
Mientras observaba como algunas pequeñas nubes tapaban de vez en cuando la luna sin ocultar su halo de luz, miré las estrellas que brillaban tímidamente como si no quisieran rivalizar con ella. Un extraño presentimiento sobrecogió mi corazón, teniendo la sensación de que esa noche iba a ser especial para mí. Intenté ignorarlo poniéndome a buscar las constelaciones de las que tanto me hablaba mi madre de pequeña. Ella, era otra gran aficionada a la luna y las estrellas.
Estaba tan metida en mis pensamientos y en mis recuerdos de niñez, que no me percaté hasta pasado un rato que se escuchaba una melodía a lo lejos. Me era familiar, estaba convencida de que conocía esa música. Busque desesperada con mi mirada de un lado a otro ¿De dónde vendría? Hasta que… a lo lejos, vi un chico alto y moreno, su piel desde la lejanía se apreciaba pálida. Tarareaba una y otra vez la misma canción.
Agotada y después de mirar mi reloj y ver que ya era más de medianoche, me fui a dormir. Una vez en la cama, no podía sacar esa melodía de mi cabeza ¿De qué conocía yo esa canción? ¿Dónde la había escuchado? Cuando quise darme cuenta había caído rendida en los brazos de Morfeo.
“Me encontraba en un rellano, frente a mí dos hombres que portaban unas elegantes pelucas blancas, vestidos de esmoquin y sujetando dos lanzas, abrían paso a unas escaleras de piedra en un tono gris. Me acerqué lentamente hacia ellos y uno de ellos pronunció mi nombre mientras me indicaba que bajara por las escaleras. Bajé mirando al frente, con cuidado de no pisar mi largo vestido, llegando a un enorme salón de baile. Nada más bajar los pies del último escalón, todas las miradas de la sala apuntaban en mi dirección. Miré hacia arriba, por si venía alguien detrás, pero nada, solo un par de chicas. En una esquina del salón divisé un espejo de cuerpo entero, me acerqué ya que sentía curiosidad por ver que es lo que había atraído todas esas miradas. El cabello lo tenía trenzado hacia un lado con pequeñas flores blancas, mi vestido de un color azul cielo con un liguero escote en pico, la espalda completamente descubierta, alrededor de la falda unas tiras de raso que se sujetaban con unos lazos almidonados de color blanco. ¡Qué vestido más bonito! ─ Pensé ─ Pero… lo que más llamó mi atención fue el collar que lucía mi cuello, era de oro con turquesas engarzadas a cada lado y en el centro una serpiente negra. ¡Precioso! Justo en mi espalda a través del espejo vislumbré
una pequeña puerta que daba a un balcón. Decidí salir a respirar, era tan extraño todo. Al salir me di cuenta de que había un chico de espaldas a mí apoyado en la barandilla. Me acerqué despacio rompiendo el silencio con cada paso que producían mis tacones al chocar con la piedra, él dio un respingo asustado y se giró para volver al interior de la fiesta. No pronunció ni una sola palabra, simplemente me miró con unos profundos ojos negros haciendo que mis ojos verdes se vieran reflejados en los suyos.”
Me desperté sobresaltada, el sueño había sido tan real y… ¡Ya lo tengo! ─ grité ─ La canción… era… “Claro de Luna”. Era justo la melodía que también sonaba en mi sueño en aquel enorme salón de fiestas. La misma que tarareaba el chico del balcón.
Relatos de sábado con Primer Capítulo de Mi Vigilante de la noche de Lizzie Quintas
Aunque debería decir Relatos de Domingo, jejeje la sección sabéis que son los sábados y por algunas cuestiones he tenido que ponerlo hoy cuando era ayer. Así que solo por hoy disfrutar de este primer capítulo del libro del Lizzie Quintas.
Eran las nueve y ya parecía media noche, era lo que tenía el invierno, que oscurecía antes. Había quedado con mis amigas para dar un paseo como de costumbre. Tenían que venir a buscarme a las ocho y media pero, desgraciadamente, mis amigas no sabían lo que era la puntualidad. Un día les enseñé la entrada del diccionario donde definían esta palabra y aun así nada cambió, seguían siendo impuntuales y agotaban mi paciencia. Yo era demasiado perfeccionista para eso y no me gustaba hacer esperar a nadie, ¿por qué a ellas si? Cansada de esperar cogí mis cosas para marcharme.
- Mamá, ya me voy.- Le dije antes de salir por la puerta.
- No tardes. - Me gritó ella.- Sabes que tienes muchas cosas que hacer.
Cerré la puerta justo a tiempo de escuchar su retahíla de siempre: “Esta habitación parece una pocilga”, “¿no te da vergüenza tener así la habitación?” O el típico “es que no haces nada en casa, estoy cansada de trabajar y tú no ayudas nada”. ¡Vamos que me las sabía todas! ¿Nunca se cansaba de repetir lo mismo una y otra vez? Bajé las escaleras, no me apetecía nada verme encerrada en un sitio pequeño como era el ascensor. Sabía perfectamente que había veinticinco escalones ya que a veces, cuando me aburría, los contaba. Nada más abrir la puerta del portal una brisa fría me agarró. Observé a todas las personas que se metían en los bares para resguardarse del frío, otras se acomodaban las bufandas alrededor del cuello y la boca o se apretaban contra su acompañante en busca de calor. Yo en cambio no era nada friolera, pero esta vez iba muy ligera de ropa, simplemente llevaba sobre la camiseta de manga corta una chaqueta muy fina dejaba traspasar la gelidez del ambiente.
Me puse en marcha, iba hacia mi destino con pasos lentos pero seguros, ajena a las miradas de la gente. ¡Seguro que pensaban que estaba loca! Siempre que estaba decaída me iba al mismo lugar, para mí era un sitio mágico, hipnótico, la tranquilidad que respiraba allí y esas vistas que alejaban todo pensamiento triste de mi cabeza. La carretera que llevaba al cementerio se encontraba desierta como siempre a estas horas, las hileras de árboles dejaban que sus hojas las meciera aquella brisa que indicaba que nos acercábamos al mar. Una vez llegaba al cementerio tenía que seguir de frente, desde allí divisaba una pequeña cabaña descuidada que había sido del antiguo vigilante del cementerio. ¡Qué pena que nadie siguiera cuidando de ella! La cabaña tenía un banco de piedra que ofrecía una vista inmejorable del acantilado. Me encantaba sentarme allí y escuchar el sonido de las olas rompiendo contra las rocas, era como una sutil invitación a tirarme para jugar con ellas. Mientras observaba el paisaje, la brisa jugaba con mi pelo y mi ropa. No sabía muy bien el porqué, pero me sentía parte de aquel lugar, como aquellas aves que tienen su nido entre las rocas lejos del agua. Me invadió una extraña sensación al escuchar eses sonidos tan hipnóticos y familiares para mí. Parecía que volara entre las olas, subida en el banco y con mis brazos extendidos haciendo mías todas esas sensaciones y sintiéndome libre, cuando poco a poco regresé de mi ensoñación alertada por el sonido de mi móvil.
- ¿Sí?- contesté cuando estaba a punto de cortarse la llamada.
- Lilith, ¿dónde estás? Fuimos a casa a buscarte y tu madre nos dijo que ya te habías marchado.
- Estoy dónde siempre, en el cementerio.
- Vale, no te muevas que vamos todos a buscarte.
- Perfecto, pero no tardéis- dije colgando el teléfono y guardándolo en el bolsillo trasero del pantalón. ¿Todos? Había dicho " te vamos a buscar todos" ¿Lexter también? Mi corazón dio un vuelvo solo de pensarlo. Fijé mi mirada en el mar tratando de tranquilizarme y me dejé atrapar de nuevo por la naturaleza, la brisa era más fuerte al igual que el batir de las olas contra las rocas. Una vez en mi postura inicial noté como los sonidos se calmaban, me encantaba esa sensación de libertad como las olas y del viento, de poder moverme a mi antojo.
Cerré los ojos y estiré los brazos dejando que el aire me acariciara todo el cuerpo, sentí como si volase y por un momento creí ser la dueña del mundo.
De repente una extraña sensación invadió cada rincón de mi cuerpo, me sentí observada, abrí los ojos y vi a mis amigos corriendo hacia mí. Cerré los ojos de nuevo para que esa sensación volviera a envolverme y ser uno con todo lo que me rodeaba. Los brazos abiertos en cruz. De repente noté un tirón fuerte que me hizo abrir los ojos asustada y me encontré entre los brazos de mi mejor amiga que tenía sus ojos bañados en lágrimas sin entender qué sucedía. El resto de amigos se encontraban unos metros más atrás y nos miraban con una expresión de susto y asombro.
Mi amiga continuaba llorando, mientras me apretaba con fuerza contra su pecho.
- Keesha, ¡Para ya, me vas a ahogar!- Protesté mientras intentaba librarme de sus brazos.
- ¿Y si no llegamos a tiempo qué hubiera pasado?- gritaba mientas me soltaba.
- ¿A tiempo de qué?- pregunté a mi vez.- Solo estaba disfrutando del mar.
- Lo que tú digas.- Me dijo mientras nos volvimos con el grupo.
Al ver que era el centro de atención de todas las miradas, volví a preguntar:
-¿Se puede saber qué os pasa a todos? Pero ninguno contestó, simplemente se limitaban a observarme, produciendo una situación bastante incómoda, hasta que por fin Anthony rompió ese silencio.
- ¿Y si nos vamos a comprar las cosas para el cumple de Seb? Así tendremos una tarde normal.- Comentó Anthony.
Y así hicimos, nos pusimos en marcha para llegar al supermercado antes de que lo cerraran. Mientras andábamos Keesha me llevaba fuertemente agarrada, ¿Qué le pasaba?
- ¿Me vas a explicar por qué me agarras tan fuerte? No voy a marcharme a ningún sitio.
- Después de lo que has hecho no te voy a perder de vista.
-¡Qué no hice nada, jolines! Solo estaba disfrutando de la brisa del mar.
-¡Eso es lo que tú dices! Ahora no quiero hablar de ello. Hablamos cuando me haya calmado un poco, ¿vale?
Me encogí de hombros sabiendo que no iba a sacarle nada a mi amiga si ella no quería decírmelo. El silencio volvió a reinar en el trayecto, solo lo rompía el sonido de las hojas mecidas por el viento. Yo iba absorta en mis pensamientos, recordaba como conocí a Anthony. Cuando me mudé a este pueblo de Galicia, fue de las primeras personas que conocí, su madre y la mía eran compañeras de trabajo e hicieron que nos conociéramos, lo cierto es que congeniamos enseguida. Sus profundos ojos azules siempre me transmitieron complicidad. Constantemente estábamos juntos y las habladurías no tardaron en sucederse, todo el mundo pensaba que éramos novios, a nosotros nos daba igual lo que dijeran, teníamos claro que solamente éramos grandes amigos.
Una vez en el supermercado cogimos todo lo necesario para celebrar el cumpleaños de Seb, de nuestros amigos era el más amable y sociable, le encantaba hablar de animes y mangas japoneses, así que intentamos que en la fiesta se vieran reflejados sus gustos. La idea era celebrarlo todos juntos, con una sesión de películas, algo de música y como no, todo tipo de comidas… lo típico creo. Hacía poco tiempo que había aprendido a hacer dorayakis, como los que comía Doraemon en la serie de dibujos, y los iba a poner para picar en la fiesta. A mí siempre me ha gustado organizar fiestas, pensar las decoraciones, aunque no siempre, salía como lo tenía pensado. Supongo que no todo salía como quería, pero la verdad es que siempre se acercaba a mi idea principal.
Llegué a casa a la hora de costumbre, una hora antes de medianoche. Al entrar en casa reinaba un silencio sepulcral por lo que intenté hacer el menor ruido posible. Mi madre ya estaba dormida con el gato en el sofá. No quería despertarlos, se veían tan tranquilos.
Me cambié de ropa y fui al balcón, era mi ritual diario desde que vine a vivir aquí hace tres años. . Lo primero que observé fue un cielo despejado con una Luna creciente. La calle estaba en silencio, no había ni un alma. Me quedé ensimismada observando como la luna asomaba entre las montañas, era una preciosa imagen que despertaba cierta ternura en mi interior.
Mientras observaba como algunas pequeñas nubes tapaban de vez en cuando la luna sin ocultar su halo de luz, miré las estrellas que brillaban tímidamente como si no quisieran rivalizar con ella. Un extraño presentimiento sobrecogió mi corazón, teniendo la sensación de que esa noche iba a ser especial para mí. Intenté ignorarlo poniéndome a buscar las constelaciones de las que tanto me hablaba mi madre de pequeña. Ella, era otra gran aficionada a la luna y las estrellas.
Estaba tan metida en mis pensamientos y en mis recuerdos de niñez, que no me percaté hasta pasado un rato que se escuchaba una melodía a lo lejos. Me era familiar, estaba convencida de que conocía esa música. Busque desesperada con mi mirada de un lado a otro ¿De dónde vendría? Hasta que… a lo lejos, vi un chico alto y moreno, su piel desde la lejanía se apreciaba pálida. Tarareaba una y otra vez la misma canción.
Agotada y después de mirar mi reloj y ver que ya era más de medianoche, me fui a dormir. Una vez en la cama, no podía sacar esa melodía de mi cabeza ¿De qué conocía yo esa canción? ¿Dónde la había escuchado? Cuando quise darme cuenta había caído rendida en los brazos de Morfeo.
“Me encontraba en un rellano, frente a mí dos hombres que portaban unas elegantes pelucas blancas, vestidos de esmoquin y sujetando dos lanzas, abrían paso a unas escaleras de piedra en un tono gris. Me acerqué lentamente hacia ellos y uno de ellos pronunció mi nombre mientras me indicaba que bajara por las escaleras. Bajé mirando al frente, con cuidado de no pisar mi largo vestido, llegando a un enorme salón de baile. Nada más bajar los pies del último escalón, todas las miradas de la sala apuntaban en mi dirección. Miré hacia arriba, por si venía alguien detrás, pero nada, solo un par de chicas. En una esquina del salón divisé un espejo de cuerpo entero, me acerqué ya que sentía curiosidad por ver que es lo que había atraído todas esas miradas. El cabello lo tenía trenzado hacia un lado con pequeñas flores blancas, mi vestido de un color azul cielo con un liguero escote en pico, la espalda completamente descubierta, alrededor de la falda unas tiras de raso que se sujetaban con unos lazos almidonados de color blanco. ¡Qué vestido más bonito! ─ Pensé ─ Pero… lo que más llamó mi atención fue el collar que lucía mi cuello, era de oro con turquesas engarzadas a cada lado y en el centro una serpiente negra. ¡Precioso! Justo en mi espalda a través del espejo vislumbré
una pequeña puerta que daba a un balcón. Decidí salir a respirar, era tan extraño todo. Al salir me di cuenta de que había un chico de espaldas a mí apoyado en la barandilla. Me acerqué despacio rompiendo el silencio con cada paso que producían mis tacones al chocar con la piedra, él dio un respingo asustado y se giró para volver al interior de la fiesta. No pronunció ni una sola palabra, simplemente me miró con unos profundos ojos negros haciendo que mis ojos verdes se vieran reflejados en los suyos.”
Me desperté sobresaltada, el sueño había sido tan real y… ¡Ya lo tengo! ─ grité ─ La canción… era… “Claro de Luna”. Era justo la melodía que también sonaba en mi sueño en aquel enorme salón de fiestas. La misma que tarareaba el chico del balcón.
Lizzie Quintas
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